María, Apóstola
María de Nazaret fue llamada para ser la Madre de Dios. Esta vocación es la que entra dentro del plan salvífico, para que el Verbo pueda poner su tienda en medio de nosotros. De este modo, ella es la que ayudó a que los planes de Dios no se vean frustrados y llegue a plenitud la historia. Así comenzó a ser la Nueva Eva, porque abrió la era de la Nueva Alianza, sellada con la sangre de Jesús y su resurrección.
Sin su maternidad no tiene sentido la devoción a María. Ella sobre todo es Madre y en ese eje giran todas las demás consideraciones que nacen al contemplar este misterio. Entre esas realidades que complementan y explicitan la maternidad de María está el ser discípula. Ella es la que se dejó enseñar y modelar por la palabra de Dios, y llegó a ser la humilde esclava del Señor, la que se abandonó al “hágase su voluntad”, sin pedir nada a cambio. Cada día de su vida fue un aprendizaje pero de la mismísima Palabra hecha carne, su hijo Jesús. Ella guardaba todas estas cosas desde el instante de la anunciación. ¡Cuánto más en los días de la pasión, muerte y resurrección del Señor!
María discípula es también la apóstola. No se quedó en la escuela de la Palabra, sino que la dio al mundo. Ella es la enviada a entregar la Palabra hecha carne al mundo. Así es como se constituyó en apóstola el día de la visita de los magos de oriente, que representaban a todos los pueblos. María recibió la palabra en su ser, se dejó modelar por ella y la entregó al mundo como Camino, Verdad y Vida.
La representación de la imagen de la Reina de los apóstoles concebida por el P. Alberione es la de la discípula que con su mirada contemplativa interioriza lo que el Espíritu de Dios le va enseñando en su corazón, y ella con docilidad recibe esa enseñanza y la hace suya. María, como discípula se impregna de la Palabra. La Madre recibe la Palabra. Y como apóstola, la Madre entrega la Palabra, por eso presenta al Niño al mundo, que lleva un rollo de la Palabra de Dios en una mano. La Madre no se apropia de la Palabra, sino que la universaliza, la lleva a todos los confines de la tierra.
María Madre, discípula y apóstola es la figura de los discípulos misioneros que peregrinamos en esta tierra de América Latina. La Madre nos enseña a escuchar la Palabra, es decir a tejerla en cada fibra de nuestro ser y así hacernos uno con la Palabra. Pero nos invita a no ser indiferentes y llevar la Palabra a las periferias existenciales, allí donde sufre el ser humano porque la ausencia de Palabra lo deshumaniza. De este modo se abren los confines del apostolado, que siendo medial, llega a todos, especialmente adonde hay ausencia de Dios, humanidad menguada, fraternidad resquebrajada. De este modo, participamos de la maternidad de María, para dar fecundidad al mundo con el discipulado y la misión que hoy nos comprometen.