Dos jóvenes unidos por la comunicación del Evangelio
El año 2018 fue un año especial y muy querido, celebrábamos el centenario de la muerte de nuestro joven hermano Mayorino Vigolungo (1904-1918), aspirante paulino, uno de los primeros frutos de santidad de nuestra Familia. En torno a su figura, preparamos videos, escritos, oraciones, reflexiones, etc. En este mismo año, el papa Francisco declaró Venerable a Carlos Acutis (1991-2006), otro jovencito que durante su vida se empeñó en comunicar el Evangelio sirviéndose de los medios de comunicación. Casi un siglo los separa, los medios que usaron fueron distintos y sus vidas también; pero la pasión por comunicar la Buena Noticia, esa que inflamó el corazón juvenil de cada uno, los hermana y nos interpela, incluso a los que ya les llevamos unos cuantos años.
Mayorino nació en el pequeño pueblo de Benevello; Carlos, por cuestiones laborales de la familia, nació en la cosmopolita Londres. La niñez de ambos fue también distinta: el primero era monaguillo y ayudaba en los trabajos de la familia; el otro, desde los 7 años, cuando hizo su primera comunión, comenzó a acudir a la parroquia con su familia. Mayorino era el líder entre sus compañeritos; Carlos se destacaba por su inteligencia admirable, además de su capacidad de hacer amistad. Ya desde niños, ambos mostraron un amor preferencial por Jesús, por querer estar con él. La adolescencia les haría asumir sus propios caminos.
Mientras que, en Milán, Acutis se adiestraba en el manejo de la Informática y la web; Mayorino se entusiasmó con el proyecto del Padre Alberione y a los 12 años ingresó a la naciente Sociedad de San Pablo en Alba, cuyos inicios fueron muy humildes, abandonados en la Providencia. Carlos se dedicó a la programación, diseño y difusión de páginas web, para propagar la devoción eucarística y mariana; mientras que, en la Escuela Tipográfica, Mayorino trabajaba en la imprenta, para imprimir las hojitas dominicales, para que a todos llegue la Palabra de Dios. Al finalizar sus jornadas, ambos se encontraban con el amigo Jesús, en la oración: “Todo lo hago por el Evangelio” (1Co 9, 23).
¿Cuál era el motivo de tanta entrega? Jesús mismo. Ambos, teniendo los pies bien puestos en la tierra, miraban al cielo. Carlos lo comprendió bien, al decir: “Nuestra meta debe ser el infinito, no el finito. El Infinito es nuestra Patria. Desde siempre el Cielo nos espera”. Mayorino, ya aspirante paulino, siendo consciente de sus fragilidades, afirmaba con humildad al Fundador: “Con ayuda de Dios y bajo la protección de san Pablo, quiero consagrar mi vida entera al apostolado de la prensa”, y con ello, la frase programática para su vida paulina: “Progresar un poquito cada día”.
A ambos los sorprendió la enfermedad y la muerte a corta edad: Mayorino va a la Casa del Padre a los 14 años; Carlos, a los 15. Durante el tránsito de la enfermedad, ambos ofrecieron sus vidas por la Iglesia, por el anuncio del Evangelio. La fama de santidad de ambos no se hizo esperar; por ello, los que los conocieron o escucharon hablar de ellos, hoy los presentan a la Iglesia, como primicias de santidad, modelos de nuevas formas de anuncio del Evangelio… ¡Y son dos muchachines!
Pequeño apóstol de la Prensa uno; Ciberapóstol de la Eucaristía el otro; ambos hermanados por el anuncio alegre de la Buena Nueva. Hoy interceden por los jóvenes, y animan a aquellos que están discerniendo qué hacer con su vida y a quienes inician un camino vocacional. Ambos nos interpelan, nos obligan a renovar la sangre de comunicadores. Por un lado, Carlos nos advierte que: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”; mientras que nuestro Mayorino nos motiva, y con él, le decimos a Jesús y a Alberione: “Si ustedes me dicen que yo puedo, aquí estoy”.