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Tras las huellas del Maestro: Una reflexión


1. «Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy». (Juan 13, 13)

La figura del maestro, a lo largo de los siglos, ha pasado del plano del respeto y veneración al plano del desafío a su autoridad. Son muchas las causas de tal cambio, que son conocidas por todos, pero me detengo a mirar a la persona con ese título.

Quien es maestro, tiene en sus manos una labor pocas veces comprendida: es el encargado de guiar a las generaciones jóvenes en su dimensión formal y profesional.

Es bien sabido que muchos, en nuestra vida, nos hemos cruzado con personas que nos han marcado de manera profunda… ellos también llevan el título de maestros, y se lo ganaron a costa de experiencia de vida, de aciertos y errores, de los cuales aprendieron.

Muchos de estos maestros son tan cercanos a nuestros afectos – entre ellos, nuestros propios padres – y nos hemos topado con la veracidad de sus palabras, una vez llegada la edad de la madurez, en ese momento donde nos enfrentamos al peso de nuestras propias decisiones.

En el plano de la fe, también existen maestros… pero el mayor de todos es, sin lugar a dudas, Jesús de Nazaret: toda su vida es una cátedra de autoridad, madurez, serenidad, coherencia… podemos agregar más adjetivos, pero con estos es suficiente para tratar de entender la profundidad de su enseñanza.

Jesús Maestro – así lo nombraré – es el hombre que ha venido a darnos a conocer a Dios. Con su labor, ha hecho nuevas todas las cosas, y eso se hace patente en la entrega de su propia vida. Como dice el evangelista, sería difícil dimensionar, e incluso registrar, el impacto de su misión en este mundo. Pero lo constatamos en la entrega de tantos que han seguido su senda de servicio desinteresado al prójimo.

2. «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos…» (Juan 13, 35)

Quien desee seguir su senda, debe, ante todo, darse cuenta de que es un llamado, una vocación, un don de Dios, que capacita para esta misión. Son importantes los medios con los que el seguidor cuenta, pero es indispensable una sola cosa: el hecho de sentirse llamado.

Lo que uno realice, al seguir a Jesús Maestro, lo hará en su Nombre, con la fuerza de su Espíritu; con fe y esperanza, abrirá caminos nuevos, sembrará en los corazones de muchos, y de todo esto, no verá los frutos, pues a él le corresponde sembrar… no cosechar; solamente, le queda encomendar el resultado de su esfuerzo, que no es solo suyo.

Quien se encargue de llevar a cabo todo esto, deberá tener la humildad de decir que ha cumplido con su deber, y que quizá pudo haber hecho más… pero hasta ahí pudo llegar. Y conseguir esto es muy difícil, pues nos asalta la tentación de creer que somos indispensables; y en realidad, no lo somos. El único indispensable es Jesús Maestro y la fuerza de su Espíritu.

3. «El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro». (Lucas 6, 40)

El discípulo misionero, el seguidor de Jesús, en el trascurso de su vida, se enfrenta a luces y sombras, a la duda, al desánimo, a tantas cuestiones… y hasta la sensación de abandonarlo todo.

Pero… sigue adelante, confiado en el hecho de que esa labor la realiza junto a su Maestro, que lo sostiene, que lo acompaña, que lo anima, aun a pesar de tenerlo todo en contra.

Su objetivo es realizar la misma labor de su Maestro. Aun cuando vea infidelidad, escándalos, pérdida de credibilidad, sigue adelante… porque una fuerza lo impulsa, la fuerza de dar a conocer todo aquello que ha vivido junto a quien es la razón de su esperanza.

Jesús, Maestro y Señor, tú nos atraes hacia Ti.

Tu Palabra y tu Vida son causa de nuestra alegría.

Pero, reconocemos nuestras limitaciones, nuestra sombra…

En tu Presencia, ellas son oportunidades para crecer.

Que nuestra esperanza sea siempre sostenida…

Que nuestra fe se fortalezca…

Y que el amor que nos tienes, en extremo, nos encienda,

para darte a conocer, para que todos te amen y se

comprometan contigo.

Con María, la primera discípula misionera, te lo pedimos.

Amén.

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